miércoles, 21 de octubre de 2009

Las puertas, cerradas

Hoy pensamiento propio, aunque no tan exagerado como en palabras de Muriel Barbery, a propósito de sus envidiados espacios de vida japoneses:

‘Cuando aquí abrimos una puerta, transformamos los lugares de manera bien mezquina. Coartamos su plena extensión e introducimos en ellos una brecha imprudente a fuerza de malas proporciones. Pensándolo bien, no hay nada más feo que una puerta abierta. En la habitación en la que está, introduce una suerte de rotura, como un parásito marginal que rompe la unidad del espacio. En la habitación contigua, engendra una depresión, una grieta abierta y estúpida, perdida en un trozo de papel que hubiese preferido permanecer entero. En ambos casos, perturba el espacio sin más contrapartida que la licencia de circular, la cual puede sin embargo garantizarse mediante otros procedimientos.

La puerta corredera, por el contrario, evita los escollos y magnifica el espacio. Sin modificar su equilibrio, permite su metamorfosis. Cuando se abre, dos lugares se comunican entre sí sin ofenderse mutuamente. Cuando se cierra, devuelve a cada uno su integridad. La puesta en común y la reunión se realizan sin intrusión. La vida es en los espacios japoneses un tranquilo paseo, mientras que en los nuestros se asemeja a una larga serie de fracturas.’

Es que lo de los dos espacios que se comunican sin ofenderse mutuamente me parece buenísimo, y quería compartirlo con vosotros.

1 comentario:

  1. Sinhué, lo que estés tomando lo dejas, o lo compartes con los demás. Una de dos, pero para tí solo no.
    Sabes una cosa, en los jardines chinos, hay puertas, y justo detras de la puerta se coloca una piedra enorme que no deja ver lo que hay detrás, hay que rodear esa piedra y estar ya dentro del jardín para poder ver lo que hay dentro y así sorprenderse.

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